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4.1.12

Palacio versallesco abandonado

Este sitio lo tenía pendiente desde hace un montón de años, pero por su relativa lejanía lo había ido dejando de lado. Por suerte en uno de mis viajes pasamos relativamente cerca y aprovechamos para hacer un alto en el camino.

Aquel día era uno de esos grises y pesados. Estuvo amenazando lluvia todo el tiempo, pero por suerte no le dio por descargar a lo grande, quedándose sólo en algunas gotitas esporádicas, al menos mientras estuvimos allí. Sin embargo, el viento y esa sensación opresiva que precede a la tormenta nos acompañó durante toda la visita.

El enorme edificio fue construido a principios del siglo XX, en estilo Versalles y sin escatimar en gastos y detalles. Tenía forma de U, quedando un enorme patio en la parte interior. En su época de esplendor debía de ser bastante impresionante, pero a día de hoy sólo queda maleza y los restos de una fuente en mitad de él.



Tras cruzar como pudimos la maleza, tratando de no acabar con demasiado barro en las botas, acabamos en lo que pensábamos que era la puerta principal, y que al final resultó ser la trasera. Dicen que si en un abandono puedes ver el cielo desde fuera a través de las ventanas es que el abandono no vale la pena. Generalmente significa que queda poco más que las paredes del sitio. En la foto se aprecia que estábamos ante uno de esos casos. Por suerte, pudimos comprobar que no siempre las reglas se cumplen.



El primer vistazo no podía ser más descorazonador. La totalidad del suelo, probablemente de vigas de madera, se había venido totalmente abajo, dejando a la vista los restos del sótano.



Curiosamente, la habitación contigua estaba sólo en un poco mejor estado que la anterior, y sin embargo los restos de la regia escalera aún impresionaban. No convenía acercarse mucho a la escalera, por lo inestable del suelo que ya había cedido en varios puntos, y nadie con sentido común se aventuraría a intentar acceder a la segunda planta. A mi me recordaba al esqueleto de las escaleras de “Lo que el viento se llevó”. Mi foto favorita de las que saqué, por cierto.



El ala izquierda del edificio estaba llena de vegetación, con techos caidos y poco que ver, al menos sin jugarse el tipo excesivamente para tan parca recompensa en forma de fotos. Por suerte el ala derecha estaba en bastante mejor estado. Este pasillo recorría todo el ala dando a la parte izquierda al patio, y la derecha varias habitaciones. Los escombros y el yeso caído ocultaban la belleza del suelo de losetas ornamentadas, que apenas podía apreciarse ya.



La última sala, al final del pasillo, era una de las más espectaculares del edificio. La pintura y las escayolas del techo aún dejan adivinar el lujoso pasado de aquella sala.



Destacaba la enorme chimenea de escayola y azulejo, con los restos decapitados de las esculturas que simulaban sujetarla. Chimeneas como esta son difíciles de ver hoy en día.



El resto de habitaciones del ala estaban en bastante peor estado. Muros derruidos, ladrillos por doquier y sólo alguna puerta de madera con restos de cristal verde que debieron ser parte de una vidriera.



Acercándonos al cuerpo principal encontramos una sala grande de lo que debió ser el comedor, por su proximidad a la cocina. A pesar de que gran parte del techo se había caído por la humedad todavía se podía apreciar el diseño geométrico de las losetas del suelo. Lo que hay al fondo, aunque casi no se aprecie, era lo que quedaba de una chimenea, aunque bastante más pequeña que la anterior.



A dos habitaciones de distancia se encontraba lo que queda de la cocina, apenas reconocible por esta vieja horno de carbón y los restos de azulejos en las paredes.



A las plantas superiores no se podía subir por la escalera principal, pero encontré una escalera de servicio, estrecha y empinada, a la que se accedía desde el exterior. A pesar de que la escalera estaba en buen estado, no pasaba lo mismo con las habitaciones del segundo piso. Suelos caídos y puertas colgando en el aire fue todo lo que encontré.



La fachada principal, hoy cubierta por la maleza en gran parte, debió ser espectacular en su época. Aún hoy conserva un cierto encanto decadente, como esos templos aztecas devorados por la selva.
Por las pintadas de arriba se puede comprobar que antaño si que se podía subir sin mayor problema a la segunda planta, pero a saber cuanto tiempo llevan los garabatos esos hechos.



Sólo con alejarse un poco se puede apreciar el enorme tamaño de la fachada. Después de esto dimos por finalizada la sesión de fotos y nos dirigimos a la salida de la finca. Por suerte al final no tocó mojarse, a pesar de que todo apuntaba a que iba a caer un buen chaparrón



Cerca de donde habíamos dejado el coche nos encontramos estas edificaciones de llamativos tejados. Luego nos enteramos de que, además del palacio, la finca también contaba con varias fábricas, una de ellas de azulejos.



En el exterior esto es lo que quedaba de la ermita de la finca. En este caso no había mayor interés en mirar dentro, ya que estaba en bastante mal estado, con techos derrumbados, escombros y vegetación por doquier.



Existía un proyecto de convertir el palacio en un establecimiento hotelero, pero de esas noticias han pasado ya unos cuantos años y no se observa mejora alguna salvo por las vallas que rodean el perímetro del palacio y que estaban caídas en varios sitios. Probablemente con la crisis el sitio seguirá en este estado durante bastante tiempo, aunque quien sabe…

Por cierto, feliz año y todas esas cosas. Hasta dentro de un par de semanas, que toca entrada sobre artillería.

20.9.11

Pequeña finca abandonada



























Nuestra segunda visita del día fue una pequeña finca no muy lejos de la ciudad. Nos costó un par de vueltas al perímetro darnos cuenta de que saltar no era una opción, hasta darnos cuenta de que la puerta principal estaba abierta, sólo sujeta con una piedra para que el viento no se la llevase.

La entrada daba paso a un patio principal alrededor del cual se articulaba la gran mayoría de estancias de la casa.



Lo más llamativo fue el enorme tractor que se guardaba en el cobertizo principal. El antiguo Ebro de color azul tenía aspecto de no haber salido de su refugio en mucho tiempo.



En una pared cercana estaba este curioso accesorio, probablemente para esparcir semillas arrastrado por el tractor. Allí apoyado parecía más el juguete con ruedas de algún gigante.



Cerca del tractor encontramos el pozo. Aunque parecía cegado aún conservaba el arco y restos de la polea usada para sacar el agua originariamente. En la parte de atrás también encontramos tuberías para sacar agua mediante una bomba, bastante más práctico que con un cubo.



En el fondo encontramos varios almacenes llenos de trastos viejos e inservibles. Botellas rotas, herramientas oxidadas e incluso un viejo futbolín de plástico. Este no era uno de esos sitios en que la gente se ha ido dejándolo todo tal cual.



En el extremo opuesto encontramos un pequeño taller con una chimenea. Puede que antaño fuera incluso una pequeña forja, pero con todos los trastos que había por allí era difícil precisar mucho.



Algún detalle macabro sí que llamó nuestra atención, aunque poco más.



Tras explorar el patio nos dirigimos a la zona utilizada como vivienda. En la planta baja no quedaba prácticamente nada de interés, así que nos dirigimos al segundo piso, no sin antes comprobar que la escalera seguía en buen estado.



Desde luego la escalera era curiosamente larga y oscura, y acababa justo en mitad de un largo pasillo.



Tampoco allí había mucho de interés. Habitaciones vacías casi por completo en la mayor parte de los casos salvo algunas excepciones, como este sofá.



En el caso de la cocina lo único que quedaba era este frigorífico. Aún así, lo que más llamaba la atención eran las dos capas de papel pintado en las paredes, cayéndose a trozos en varios puntos.



Otro detalle que llamó nuestra atención era la textura de la madera pintada de verde de la salida a la terraza (se puede ver dicha terraza arriba en la foto del patio). Hubo que hacer las fotos relativamente rápido porque en el exterior había un buen número de avispas con pinta de no tolerar demasiado bien las visitas.



Una vez revisado toda la vivienda volvimos a la planta baja, pero esta vez a la parte trasera. Allí había otro patio mucho más grande que el anterior, aunque en este caso estaba comido prácticamente por la vegetación. Alrededor, lo que debieron ser cuadras para ganado, apenas un techado y muros para separar los habitáculos. En una esquina, en la penumbra, esta vieja cuna. Por suerte no hacía viento como para moverla. Hubiera sido… Inquietante.



En resumen, uno de esos abandonos que muchos pasarían por alto. Lo bueno es que al ser de los primeros del día lo coges con más ganas y al final acaba siendo una visita medio decente desde el punto de vista fotográfico.