Palacio versallesco abandonado
Este sitio lo tenía pendiente desde hace un montón de años, pero por su relativa lejanía lo había ido dejando de lado. Por suerte en uno de mis viajes pasamos relativamente cerca y aprovechamos para hacer un alto en el camino.
Aquel día era uno de esos grises y pesados. Estuvo amenazando lluvia todo el tiempo, pero por suerte no le dio por descargar a lo grande, quedándose sólo en algunas gotitas esporádicas, al menos mientras estuvimos allí. Sin embargo, el viento y esa sensación opresiva que precede a la tormenta nos acompañó durante toda la visita.
El enorme edificio fue construido a principios del siglo XX, en estilo Versalles y sin escatimar en gastos y detalles. Tenía forma de U, quedando un enorme patio en la parte interior. En su época de esplendor debía de ser bastante impresionante, pero a día de hoy sólo queda maleza y los restos de una fuente en mitad de él.
Tras cruzar como pudimos la maleza, tratando de no acabar con demasiado barro en las botas, acabamos en lo que pensábamos que era la puerta principal, y que al final resultó ser la trasera. Dicen que si en un abandono puedes ver el cielo desde fuera a través de las ventanas es que el abandono no vale la pena. Generalmente significa que queda poco más que las paredes del sitio. En la foto se aprecia que estábamos ante uno de esos casos. Por suerte, pudimos comprobar que no siempre las reglas se cumplen.
El primer vistazo no podía ser más descorazonador. La totalidad del suelo, probablemente de vigas de madera, se había venido totalmente abajo, dejando a la vista los restos del sótano.
Curiosamente, la habitación contigua estaba sólo en un poco mejor estado que la anterior, y sin embargo los restos de la regia escalera aún impresionaban. No convenía acercarse mucho a la escalera, por lo inestable del suelo que ya había cedido en varios puntos, y nadie con sentido común se aventuraría a intentar acceder a la segunda planta. A mi me recordaba al esqueleto de las escaleras de “Lo que el viento se llevó”. Mi foto favorita de las que saqué, por cierto.
El ala izquierda del edificio estaba llena de vegetación, con techos caidos y poco que ver, al menos sin jugarse el tipo excesivamente para tan parca recompensa en forma de fotos. Por suerte el ala derecha estaba en bastante mejor estado. Este pasillo recorría todo el ala dando a la parte izquierda al patio, y la derecha varias habitaciones. Los escombros y el yeso caído ocultaban la belleza del suelo de losetas ornamentadas, que apenas podía apreciarse ya.
La última sala, al final del pasillo, era una de las más espectaculares del edificio. La pintura y las escayolas del techo aún dejan adivinar el lujoso pasado de aquella sala.
Destacaba la enorme chimenea de escayola y azulejo, con los restos decapitados de las esculturas que simulaban sujetarla. Chimeneas como esta son difíciles de ver hoy en día.
El resto de habitaciones del ala estaban en bastante peor estado. Muros derruidos, ladrillos por doquier y sólo alguna puerta de madera con restos de cristal verde que debieron ser parte de una vidriera.
Acercándonos al cuerpo principal encontramos una sala grande de lo que debió ser el comedor, por su proximidad a la cocina. A pesar de que gran parte del techo se había caído por la humedad todavía se podía apreciar el diseño geométrico de las losetas del suelo. Lo que hay al fondo, aunque casi no se aprecie, era lo que quedaba de una chimenea, aunque bastante más pequeña que la anterior.
A dos habitaciones de distancia se encontraba lo que queda de la cocina, apenas reconocible por esta vieja horno de carbón y los restos de azulejos en las paredes.
A las plantas superiores no se podía subir por la escalera principal, pero encontré una escalera de servicio, estrecha y empinada, a la que se accedía desde el exterior. A pesar de que la escalera estaba en buen estado, no pasaba lo mismo con las habitaciones del segundo piso. Suelos caídos y puertas colgando en el aire fue todo lo que encontré.
La fachada principal, hoy cubierta por la maleza en gran parte, debió ser espectacular en su época. Aún hoy conserva un cierto encanto decadente, como esos templos aztecas devorados por la selva.
Por las pintadas de arriba se puede comprobar que antaño si que se podía subir sin mayor problema a la segunda planta, pero a saber cuanto tiempo llevan los garabatos esos hechos.
Sólo con alejarse un poco se puede apreciar el enorme tamaño de la fachada. Después de esto dimos por finalizada la sesión de fotos y nos dirigimos a la salida de la finca. Por suerte al final no tocó mojarse, a pesar de que todo apuntaba a que iba a caer un buen chaparrón
Cerca de donde habíamos dejado el coche nos encontramos estas edificaciones de llamativos tejados. Luego nos enteramos de que, además del palacio, la finca también contaba con varias fábricas, una de ellas de azulejos.
En el exterior esto es lo que quedaba de la ermita de la finca. En este caso no había mayor interés en mirar dentro, ya que estaba en bastante mal estado, con techos derrumbados, escombros y vegetación por doquier.
Existía un proyecto de convertir el palacio en un establecimiento hotelero, pero de esas noticias han pasado ya unos cuantos años y no se observa mejora alguna salvo por las vallas que rodean el perímetro del palacio y que estaban caídas en varios sitios. Probablemente con la crisis el sitio seguirá en este estado durante bastante tiempo, aunque quien sabe…
Por cierto, feliz año y todas esas cosas. Hasta dentro de un par de semanas, que toca entrada sobre artillería.