10.7.09

Autobuses abandonados en Bélgica

Volviendo del abandono anterior empezó a llover con fuerza. Teníamos pendiente una visita un tanto especial, ya que más que un lugar abandonado se trataba de máquinas abandonadas.

La información que teníamos era un tanto vaga, y estábamos pendientes de que Umpi, de última-visita, viniera al día siguiente para ver el sitio, ya que él fue quien había conseguido toda la información del lugar. Aún así, con algo de luz y tiempo disponibles y nada mejor que hacer, decidimos echar un vistazo al lugar y hacer una visita “previa”.

Cuando llegamos caía agua realmente en serio. A primera vista teníamos una fábrica muy destrozada y pintada que en nada se parecía a las fotos que habíamos visto del lugar. Empezamos a echar un vistazo rápido para comprobar que allí no había nada que se pareciera a un autobús. Solamente había pintadas, goteras y escombros.

Se me ocurrió echar un vistazo a una nave cercana, para comprobar que, a pesar de estar en el mismo recinto sin separación física de la fábrica, la otra nave estaba en uso y cerrada. La exploración previa ya significó empezar a estar ligeramente pasado por agua y empezando a coleccionar barro en la ropa. Tras encontrar un camino de vuelta a donde estaba el resto del grupo que no implicase tanto barro y charcos volvimos en grupo para comprobar la nave.

Tras rodear la nave encontré una vieja barbacoa, un par de sillas y una puerta atrancada. Por suerte, la puerta no estaba cerrada con llave, así que tras un empujón pude asomar la cabeza en la nave. El primer vistazo me indicó que, tal y como parecía, el lugar no estaba abandonado. Herramientas, botes de pintura, y sobre todo un par de flamantes furgonetas blancas al fondo lo denotaban claramente. Al otro lado, como un enorme dinosaurio rojoanaranjado, y cubierto con una enorme funda de tela, estaba el primero de los autobuses que buscábamos. Tras dejar la puerta tal y como estaba me reuní con el resto del grupo.



A esas alturas de la tarde el cansancio acumulado del madrugón del aeropuerto, más el de los abandonos del día empezaba a pasar factura. Por suerte mi abrigo estaba resultando totalmente impermeable, al igual que las zapatillas de gore-tex, que demostraron valer su peso en oro a pesar de lluvia y charcos. Sin embargo los vaqueros eran otra cosa: estaban totalmente empapados. Con las cámaras en el coche, y el resto del grupo bastante pasado por agua, decidimos volver al día siguiente con Umpi, cámaras, y esperando algo menos de lluvia.

Tras la obligada visita al aeropuerto, recoger a Umpi y alquilar otro coche volvimos al lugar.

Si antes parecía que no estaba abandonado ahora no quedaba duda alguna: puertas abiertas, coches aparcados en el interior. Una empresa en pleno funcionamiento un lunes por la mañana. Por suerte una vez más las habilidades diplomáticas de Stewie nos proporcionaron acceso sin mayor problema.

Y allí estaban. Tal y como los vi el día anterior, un montón de viejos autobuses de línea, amontonados en el fondo de la nave.

La primera impresión era que llevaban allí una eternidad, tal era la capa de polvo que había sobre ellos. Mirando las fotos en la pantalla de la cámara parecía casi como si estuvieran tomadas en blanco y negro.



La gran mayoría de ellos eran viejos Vanhool sobre plataformas y motores Volvo, todos pintados en color anaranjado.





A pesar de coincidir en color y aspecto, un vistazo más detenido mostraba distintos detalles, como faros, espejos y demás, que los diferenciaban entre ellos.



La mayor parte de ellos parecían autobuses urbanos o de cercanías, con asientos un tanto espartanos y las típicas barras para que los pasajeros pudieran viajar de pie sin caerse.



En estos casos, los buses tenían un pequeño “mostrador” a la derecha del conductor para poder cobrar los billetes.



Al fondo de la nave, tras todos los autobuses, se amontonaban un buen montón de motores. Parece que, o bien los ahbían desmontado para repararlos, o bien eran motores de desguace para sustituir los originales. La mayor parte de los autobuses tenían el motor en la parte de atrás. En este se puede observar la trampilla en la parte trasera de la zona de pasajeros para acceder al motor.



Otros de los buses parecían haber servido para transporte escolar, por las señales en su parte trasera. Costaba imaginar que alguna vez estos bichos hubieran estado llenos de críos dando gritos y pegando mocos en los asientos.

En otros casos, el aspecto era más “actual”, dentro de lo antiguo, con asientos más cómodos y mullidos. Probablemente estaba pensado para rutas más largas que el resto.



El asiento del conductor estaba bastante estropeado, pero no tanto como parecía. Resultaba curioso el pequeño ventilador en el salpicadero, recuerdo de una época en la que el aire acondicionado en los autobuses era sólo un lujo al alcance de pocos.



Este, sin embargo, tenía el aspecto de ser el más antiguo de todos, por lo espartano de sus asientos.



El puesto de conducción estaba reducido a la mínima expresión, con apenas un puñado de botones y palanquitas asomando entre el polvo. En aquella época el concepto de ergonomía debía de ser un perfecto desconocido. Basta con fijarse en todo lo que debía inclinar la vista el conductor simplemente para leer los indicadores.



Otro de los buses más llamativos era este otro. Tenía aspecto antiguo y le faltaba el parachoques delantero, y tal vez el motor o la caja de cambios, por el vacío en la parte delantera. Era el único pintado en color crema.




La puerta del conductor de este se podía abrir sin problema. La verdad es que entrar por ella era un tanto difícil, sobre todo cargado con la cámara y el trípode.



Por la marca en el volante se podía saber que el autobús era de la marca “Büssen”, aunque no he encontrado ninguna referencia en la red a la marca.



De la marca que sí hay información es de la que fabricó este pequeño urbano pintado de amarillo: Jonckeere. El fabricante belga que empezó construyendo carruajes de caballos en 1881 y que sigue fabricando autobuses actualmente. Este en concreto es un modelo B59-55 que aún puede verse rodando en países de la Europa de este.



Otro autobús que llamaba la atención era uno grande y verde que estaba en una esquina. Desgraciadamente estaba tan pegado a la pared y al resto de autobuses que no había manera de hacerle una foto decente del exterior.
Lo curioso de este bus es que parecía ser un autobús-escuela para prácticas.

El interior estaba casi totalmente a oscuras, en parte por las cortinas echadas, y por lo encajonado que estaba. Esta foto tuve que hacerla “pintando con luz” con la linterna.



El puesto de conducción no estaba mucho más iluminado, tal era la cantidad de polvo que había en sus cristales.



Estuvimos unas cuantas horas paseando entre los autobuses, haciendo fotos sin parar, cada uno por su lado para no molestarnos en las tomas y comentando los detalles cuando nos cruzábamos entre los autobuses.



No nos enteramos del por qué de la presencia de todos aquellos autobuses al fondo de una nave industrial. La idea que sonaba más plausible es que el dueño fuera un coleccionista o algo parecido. Desde luego se hacía difícil pensar en que alguna vez fueran a volver a circular, pero quien sabe… Tal vez con una limpieza y una puesta a punto pudieran volver a dar guerra como clásicos o buses turísticos.




De cualquier manera, la visita fue una de esas de las que uno recuerda con el tiempo, y ni siquiera el chaparrón que nos cayó al salir de allí consiguió aguarnos la fiesta.

Enlaces:
En este caso tenéis un buen par de "versiones" de esta visita, a cual mejor:
- Fotos y texto en El depósito de autobuses, en Ultima Visita.
- Video en Bussen, de celatv.

1.7.09

Colegio abandonado en Bélgica

Vas por la autopista. De repente ves un edificio de aspecto gótico y oscuro en un lado…. “Parece abandonado”, dice alguien.
A la vuelta lo ves desde lejos. El conductor reduce un poco la velocidad…. “¡Ventana rota!¡Hay una ventana rota!”. El conductor toma la siguiente salida y tras dar un par de vueltas por los suburbios aledaños acabamos por dar con el edificio.



La segunda impresión confirma a la primera: está abandonado. Las pintadas en las puertas, algún cristal roto y, sobre todo, las tablas de madera cubriendo alguna ventana rota son características habituales de un abandono. Que el resto de las ventana estén intactas y que no se vean destrozos mayores indican que tiene todas las papeletas para ser un abandono “de los buenos”.

Los buenos abandonos tienen una pega muy gorda, y es que de algún modo están “protegidos”. Puede ser algo tan sencillo como tener todas las puertas y ventanas cerradas con llave, estar tapiados o tener vigilante. Como nunca forzamos la entrada esto suele ser un problema.

Una revisión rápida de perímetro nos permite comprobar que las puertas están cerradas, las ventanas demasiado altas para abrirlas y los muros en buen estado. Ojeando por las mirillas de las llaves y alguna grieta observamos que el interior está abandonado sin duda.

Los carteles en la fachada, en francés y alemán, nos llevan a pensar en un orfanato. Sobre todo al leer la palabra “Orfanarium”.

Nos llama la atención la entrada lateral del edificio… Antena de televisión, ventanas con visillos… ¡un perro! Por suerte viajamos con Mr. Stewie, reconocido relaciones públicas. Una llamada al timbre, un belga con aspecto de no estar muy ocupado y 3 minutos de conversación en francés nos abren las puertas del edificio.

Nos contó que más que un orfanato, el lugar era un colegio en régimen de internado para los hijos de los “batelliers” o fabricantes de barcos. Al parecer debía ser un negocio importante debido a la cantidad de canales que cruzan la zona, convirtiendo la vía fluvial en un factor importante en el transporte de mercancías y personas.

Nos contó también que el lugar se encontraba en obras para convertirlo en apartamentos. Las obras eran patentes en todo el edificio, y prácticamente no quedaba ningún suelo intacto, al haber quitado las losetas. Resultaba curioso ver como los materiales de obra se amontonaban junto a los dibujos que los niños habían dejado en las paredes.



En la planta baja se encontraban la mayor parte de las clases. Aún permanecían allí las enormes y antiguas pizarras de tres cuerpos con montones de inscripciones en tiza, auque probablemente posteriores al cierre de la escuela.



Las escaleras eran algunos de los elementos que mejor se conservaban. Por el aspecto diría que el nuevo proyecto de apartamentos pretendía mantenerlas en su estado actual, ya que se conservaban en buen estado y era una de las pocas áreas en las que las losetas del suelo permanecían en su lugar.



En las plantas superiores se encontraban los comedores y dormitorios, separados por sexos, según nos contó nuestro anfitrión. También había un par de enfermerías y algunas habitaciones para profesores y cuidadores.



En algunas de las ventanas aún permanecían pegados viejos recortes de papel coloreado por los críos, como es el caso de estas flores.



En los pisos superiores había algunas habitaciones grandes con techos acabados en pico. Una de ellas se usaba como pequeño cine. La pena es que había muy poca luz para hacer fotos, y la poca que había venía de pequeños ventanales, de modo que no había manera de hacer fotos decentes. Lo que más me llamó la atención fueron las viejas ventanas con marcos de madera y cierres metálicos.



Tras ver las plantas superiores nos bajamos a los patios.



Había un viejo teatro, aunque las obras lo habían dejado en bastante mal estado y estaba lleno de escombros y con poca cosa que ver.
En el exterior nuestro guía nos comentó que en las plantas inferiores estaban las cocinas y la lavandería, aunque una llamada inoportuna hizo que la visita se acabara de forma bastante repentina, así que sólo vimos la planta sótano por fuera.



Tras despedirnos nos dedicamos a hacer las fotos de rigor del exterior y alguna que otra de grupo. Lo curioso es que el encargado volvió mientras estabamos aún por allí y nos invitó a ver la “casa del director”.

No es un abandono en el sentido estricto, pero la verdad es que era curiosa, sobre todo teniendo en cuenta que aún no estaba reformada y que se mantenía en un excelente estado.



Habitaciones vacías y tres plantas. Lo que más miedo daba eran las escaleras a la buhardilla. Apenas cabía un pié en cada escalón. Al menos eran estrechas como para apoyarse en la pared…



En el desván aún se mantenían los depósitos de agua caliente, aunque por el estado y el óxido supongo que el nuevo propietario debería pensar en buscarse unos nuevos.



El baño tenía ese aspecto añejo de “casa de la abuela”. Sin embargo el estado de los sanitarios era impecable.



En resumen, un golpe de suerte de los buenos. Una auténtica pena no haber encontrado el sitio un año antes y haberlo visto sin todas esas obras empezadas. Aún así, los colegios abandonados siempre resultan emotivos, y más cuando aún encuentras los coloridos restos de los trabajos de los pequeños.

Enlaces:
La misma visita y más fotos, desde otro punto de vista, en Abandonado a su suerte.