21.6.10

Almazara abandonada en Granada

Más de una vez me han preguntado que de donde viene esta afición a visitar sitios abandonados. Siempre digo que ya desde pequeño me gustaba salir a “explorar”, y a bote pronto me vienen a la memoria viejas trincheras de la guerra civil o los restos ruinosos de un colegio. Cosas de niños.

Sin embargo, durante muchos años el tema no me interesó lo más mínimo hasta que empecé a ver que a la gente le gustaba el tema y las historias a su alrededor, lo que hizo que el gusanillo volviera a dar señales de vida y el resultado lo tenéis delante.

Esta vieja almazara (o molino de aceite) llama la atención desde lejos. Sus tres plantas de altura, respecto a unas pocas casas bajas, y sus cristales rotos encienden la alarma de “abandono localizado” en la cabeza de cualquier aficionado al instante.
Lo gracioso era pensar al verla: “¿Pero esa no es la finca de Pedro?”.
Y lo es. Y la de veces que había ido por allí a disfrutar del salmorejo que preparaba Ana, la mujer de Pedro, no fueron pocas precisamente. Y sin embargo aquella mole no me llamó la atención nunca. Resulta curioso pensarlo ahora.

Como cuando bajo al sur para casa apenas tengo tiempo de hacer nada más que ver a la familia y sabiendo que el sitio estaba cerrado no había encontrado el momento para echarle un ojo. Aprovechando unas cortas vacaciones en casa aproveché una mañana libre para ir a echarle un ojo y unas cuantas fotos.

El edificio mayor resultó ser el molino, propiamente dicho. Los otros edificios formaban parte de una “extractora”, que según las explicaciones de Antonio (creo que se llamaba así) que trabajó allí durante bastante tiempo, me pareció entender que servía para refinar el aceite.



Por aquello de dejar lo mejor para el final empecé por los edificios de la parte de abajo. Aparte de la extractora encontré varios pequeños edificios auxiliares que debían hacer las veces de oficina, recepción o similares, ya que estaban justo al lado de la carretera.



También puede que fueran talleres, porque había armarios y estanterías llenas de piezas pequeñas, y algunas más grandes como este trasto con aspecto de bomba de líquidos. No os dejéis engañar por el angular y la toma a ras del suelo. Apenas llegaba a medio metro de altura.



Justo al lado estaba la típica báscula de pesaje para carga que suele haber en todas las industrias de procesado. Fuera, una plancha de hierro de buen tamaño, y dentro esta báscula.



El siguiente edificio era la extractora. A ojos inexpertos como el mío aquello era un buen montón de hornos, tuberías y engranajes para mover y calentar fluidos aceitosos variados.
Ver funcionar este enorme tubo de más de un metro de diámetro girando sobre esos ejes ahora oxidados debía ser bastante impresionante.


¿Veis la pared de ladrillo al final del tubo? Allí había una escalera de metal… Después de tantear un poco aquello para ver si era de fíar probé a subir. Debió ser un número verme con la cámara, enganchada el trípode, colgando del cuello para tener las dos manos libres por si acaso. Arriba no había mucho que ver, apenas una plataforma y tubos de metal. Tiré la foto sólo por no sentir que había perdido el tiempo (y pringado las manos), y al final ha resultado una de mis favoritas.



En otra habitación más dentro encontré un montón de… ¿Depósitos? ¿Hornos? A saber… Visto el grosor la portilla de acero diría que se trataba de lo segundo..



Pero luego, desde arriba, con todas esas tuberías y válvulas saliendo de la parte superior tal vez fuera depósitos. O las dos cosas al mismo tiempo.



Más allá encontré probablemente lo que sería la pieza de maquinaria más antigua del lugar. Más tarde Antonio me preguntaría si la había visto. En un cobertizo con el techo derruido y semienterrada por la maleza estaba este enorme trasto de acero y metal, que resultó ser una bomba de vapor. Esta no es como la otra bomba de la otra foto… Las ruedas de metal debían de medir metro y medio de diámetro como poco.



Al otro lado de la pared había un pequeño estanque cubierto que parecían un espejo. Supongo que de ahí sacarían el agua para hacer funcionar la bomba.



Junto a él estaban estos trastos. Tubos por arriba y por abajo. Tal vez filtros o refrigeradores de agua.



Eché un vistazo al resto de habitaciones del edificio. Máquinas y más máquinas, cantidad de hierro oxidado y ladrillo visto. Un pozo, mucha maleza, y al final una enorme habitación con depósitos y viejas ruedas de camión tiradas en una esquina.



Volviendo al edificio aledaño comprobé que albergaba un enorme horno de alrededor de 6 metros de alto, y que destacaba entre los depósitos y tuberías colocadas en las paredes.



El espacio del fondo se utiliza para almacenar montones de bidones vacíos de plástico de productos químicos agrarios (fertilizantes, insecticidas o algo así), que conviven con este viejo tractor de ruedas pinchadas y tripas oxidadas al aire, que parece descansar recordando tiempos mejores.



Sólo me quedaba cruzar “la calle” para dirigirme al molino. La entrada principal, justo al otro lado de la que se ve en la foto, estaba cerrada, pero ya me habían comentado que por aquí se podía entrar sin problemas. Sin más problemas que unas cuantas ortigas y vegetación variada, claro.



La primera habitación estaba un poco de “trastero”. Llamaban la atención algunas tolvas y vigas de madera que le daban un carácter bastante más retro a la habitación que las actuales de acero inoxidable. Pero sobre todo destacaban una serie de viejas básculas de buen tamaño.



En la siguiente habitación, tras subir por una escala de barras de hierro pegadas a la pared, encontré una sala con gran cantidad de depósitos. La mayoría estaban tan pegados entre ellos que ni se podía pasar. Pero el que llamaba la atención era este volcado, como si fuera una gigantesca lata de tres metros de diámetro.



La sala principal del molino era una gran estancia con espacio libre hasta el techo, a tres plantas de alturas, rodeada de pasarelas a varios niveles. Las prensas para extraer el jugo de la aceituna estaban en la planta baja, rodeadas en su mayor parte por las redes que aún hoy se usan para recoger la aceituna al varear los olivos.

Subir a la planta superior por la desvencijada escalera de madera parecía bastante insensato, pero al comprobar que los escalones estaba reforzados con metal decidí aventurarme a subir. Siempre con las precauciones habituales: pies en los extremos de los escalones, nunca en el centro, donde suelen ser más frágiles, y asegurándome siempre de tener al menos tres de los cuatro puntos de apoyo (brazos y pies) listos para soportar el peso si un escalón fallase.

La subida mereció la pena. En una pequeña habitación encontré un viejo laboratorio, con montones de botellas, tubos, viales, y productos químicos cubiertos de polvo y telarañas. En los armarios caídos y rotos aún más botellas llenas de líquidos solidificados y polvos de aspecto sospechoso.


Desde esa altura se podían observar el resto de los edificios. El más cercano es donde estaba el horno y el tractor. El tejado que hay más a la izquierda es donde estaban los depósitos rojos. La parte trasera del edificio es donde estaba la máquina de vapor y los hornos-depósitos.



En general, sorprende el estado de todo teniendo en cuenta que los edificios de abajo, que fueron los últimos en dejar de usarse, lleven 30 años en desuso. El molino y el laboratorio aún más tiempo. La ausencia de graffiti y destrozos provocados por la mano del hombre hacen de este sitio un lugar destacable entre los que suelo visitar.

Vale que entrar por la puerta grande en un abandono pierde un poco de la diversión y el sentido del riesgo, pero la tranquilidad de andar despreocupadamente por el lugar y poder pararte a conversar con la gente y que te cuenten la historia del sitio lo compensa con creces.

Ahora sólo me queda buscar una mañana libre y organizar una sesión de fotos con todo el equipo de iluminación y uno o más modelos… La de ideas que se me ocurrieron paseando por aquellas ruinas. Y esta vez no habrá que hacer saltar a las sufridas modelos por sitios inverosímiles… :)