El internado perdido en el bosque
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Después de hacer noche nos dirigimos a nuestro primer y último destino de la jornada. Al final no nos dio tiempo a más, y con la perspectiva de la kilometrada de vuelta tampoco había para mucho más.
Un desafortunado problema con el GPS hizo que nos costara bastante más tiempo y un par de llamadas dar con el lugar, aunque una vez allí la cosa fue tan fácil como aparcar enfrente, esperar a que no pasara nadie y entrar por la puerta abierta como los que no quieren la cosa.
Las primeras impresiones fueron bastante negativas. Ya nos habían avisado que el sitio había sido bastante reventado, aunque no pensábamos que tanto.
Empezamos por la planta baja, donde suelen estar las zonas más interesantes, pero también las primeras que caen víctimas de los gamberros. De la cafetería quedaba entre poco y nada. Apenas la barra y restos del extractor de humos.
El salón de actos tampoco se libraba, aunque aún quedaban allí un buen montón de sillas, aunque me daba la impresión de que ese no era su sitio habitual.
Lo más irónico era este cartel, todo serio y formal, que en aquellas circunstancias parecía casi un chiste.
Al fondo los restos de la caldera. Los quemadores de estos trastos deben de costar un dineral, porque en cada sitio abandonado donde he visto uno de estos la “puerta” siempre ha desaparecido, y el aspecto suele ser igual que el de este.
Al fondo encontramos los talleres para las clases de Formación Profesional. Una parte de ellos estaba dedicado a clases de automoción. Encontramos manuales de taller de coches viejos, algunas piezas de repuesto y gran cantidad de aceite de motor tirado.
En el taller contiguo también encontramos este torno, que aunque seguro que había tenido tiempos mejores no se conservaba del todo mal.
El otro lugar de la planta baja que más nos llamó la atención fue el viejo gimnasio, hoy reconvertido en improvisado almacén de mobiliario. Un buen número de mesas amontonadas conformaban una especie de castillo o construcción extraña.
En las plantas superiores encontramos todas las aulas. De ellas poco quedaba, y raro era encontrar alguna pizarra o algún elemento que destacara entre ellas. Sólo algunos poster en las paredes servía para intentar adivinar el uso que habían tenido.
Largos pasillos con aulas a los lados, todos muy parecidos. Daba un poco igual encontrarte a alguien con el trípode plantado en mitad de uno de ellos. Bastaba con girar la esquina para encontrarte con otro casi igual para fotografiar. Aunque siempre se podía encontrar alguna sorpresa.Entre las aulas, los siempre inevitables aseos. Curiosamente no estaban todos tan reventados como suele ser habitual. No sé que tendrán los lavabos, pero suelen ser los que siempre acaban reventados primero. Debe ser alguna pulsión provocada por demasiados "Niño, lávate las manos".
Una de las pocas salas distintas en las plantas altas eran una especie de laboratorios. Del material quedaba entre poco y nada, aunque las paredes de azulejo y las grandes mesas en lugar de pupitres delataban su antiguo uso.
Lo cierto es que el sitio estaba de lo más reventado. Busqué por todas partes unas viejas máquinas de escribir de las que me habían hablado, pero no aparecieron por ninguna parte. Ni siquiera hechas pedazos, como suele ser lo habitual. Una pena.
Otras visiones nuestra “quedada”:
La decadencia de la educación, en El tiempo abandonado.
Educación Valenciana, en Naturaleza Muerta.Abandoquedada 2, en Máquinas y escombros.
Y un par de afortunados que vieron el sitio en tiempos mejores:
El centro inocente, en Territorio Abandonado.
Instituto, en La Brujula de los Abandonos.
Por último, una mención especial sobre ese finde de locos que pasamos juntos, en el que veréis fotos de los últimos tres post que he colgado aquí. Las fotos las hizo un gran explorador y mejor persona que por desgracia ya no se encuentra entre nosotros. Fue un placer y un privilegio compartir historias y kilómetros con Alex. Y es una pena que no vayan a ser más.
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Abandonalia
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Vas por la autopista. De repente ves un edificio de aspecto gótico y oscuro en un lado…. “Parece abandonado”, dice alguien.
A la vuelta lo ves desde lejos. El conductor reduce un poco la velocidad…. “¡Ventana rota!¡Hay una ventana rota!”. El conductor toma la siguiente salida y tras dar un par de vueltas por los suburbios aledaños acabamos por dar con el edificio.
La segunda impresión confirma a la primera: está abandonado. Las pintadas en las puertas, algún cristal roto y, sobre todo, las tablas de madera cubriendo alguna ventana rota son características habituales de un abandono. Que el resto de las ventana estén intactas y que no se vean destrozos mayores indican que tiene todas las papeletas para ser un abandono “de los buenos”.
Los buenos abandonos tienen una pega muy gorda, y es que de algún modo están “protegidos”. Puede ser algo tan sencillo como tener todas las puertas y ventanas cerradas con llave, estar tapiados o tener vigilante. Como nunca forzamos la entrada esto suele ser un problema.
Una revisión rápida de perímetro nos permite comprobar que las puertas están cerradas, las ventanas demasiado altas para abrirlas y los muros en buen estado. Ojeando por las mirillas de las llaves y alguna grieta observamos que el interior está abandonado sin duda.
Los carteles en la fachada, en francés y alemán, nos llevan a pensar en un orfanato. Sobre todo al leer la palabra “Orfanarium”.
Nos llama la atención la entrada lateral del edificio… Antena de televisión, ventanas con visillos… ¡un perro! Por suerte viajamos con Mr. Stewie, reconocido relaciones públicas. Una llamada al timbre, un belga con aspecto de no estar muy ocupado y 3 minutos de conversación en francés nos abren las puertas del edificio.
Nos contó que más que un orfanato, el lugar era un colegio en régimen de internado para los hijos de los “batelliers” o fabricantes de barcos. Al parecer debía ser un negocio importante debido a la cantidad de canales que cruzan la zona, convirtiendo la vía fluvial en un factor importante en el transporte de mercancías y personas.
Nos contó también que el lugar se encontraba en obras para convertirlo en apartamentos. Las obras eran patentes en todo el edificio, y prácticamente no quedaba ningún suelo intacto, al haber quitado las losetas. Resultaba curioso ver como los materiales de obra se amontonaban junto a los dibujos que los niños habían dejado en las paredes.
En la planta baja se encontraban la mayor parte de las clases. Aún permanecían allí las enormes y antiguas pizarras de tres cuerpos con montones de inscripciones en tiza, auque probablemente posteriores al cierre de la escuela.
Las escaleras eran algunos de los elementos que mejor se conservaban. Por el aspecto diría que el nuevo proyecto de apartamentos pretendía mantenerlas en su estado actual, ya que se conservaban en buen estado y era una de las pocas áreas en las que las losetas del suelo permanecían en su lugar.
En las plantas superiores se encontraban los comedores y dormitorios, separados por sexos, según nos contó nuestro anfitrión. También había un par de enfermerías y algunas habitaciones para profesores y cuidadores.
En algunas de las ventanas aún permanecían pegados viejos recortes de papel coloreado por los críos, como es el caso de estas flores.
En los pisos superiores había algunas habitaciones grandes con techos acabados en pico. Una de ellas se usaba como pequeño cine. La pena es que había muy poca luz para hacer fotos, y la poca que había venía de pequeños ventanales, de modo que no había manera de hacer fotos decentes. Lo que más me llamó la atención fueron las viejas ventanas con marcos de madera y cierres metálicos.
Tras ver las plantas superiores nos bajamos a los patios.
Había un viejo teatro, aunque las obras lo habían dejado en bastante mal estado y estaba lleno de escombros y con poca cosa que ver.
En el exterior nuestro guía nos comentó que en las plantas inferiores estaban las cocinas y la lavandería, aunque una llamada inoportuna hizo que la visita se acabara de forma bastante repentina, así que sólo vimos la planta sótano por fuera.
Tras despedirnos nos dedicamos a hacer las fotos de rigor del exterior y alguna que otra de grupo. Lo curioso es que el encargado volvió mientras estabamos aún por allí y nos invitó a ver la “casa del director”.
No es un abandono en el sentido estricto, pero la verdad es que era curiosa, sobre todo teniendo en cuenta que aún no estaba reformada y que se mantenía en un excelente estado.
Habitaciones vacías y tres plantas. Lo que más miedo daba eran las escaleras a la buhardilla. Apenas cabía un pié en cada escalón. Al menos eran estrechas como para apoyarse en la pared…
En el desván aún se mantenían los depósitos de agua caliente, aunque por el estado y el óxido supongo que el nuevo propietario debería pensar en buscarse unos nuevos.
El baño tenía ese aspecto añejo de “casa de la abuela”. Sin embargo el estado de los sanitarios era impecable.
En resumen, un golpe de suerte de los buenos. Una auténtica pena no haber encontrado el sitio un año antes y haberlo visto sin todas esas obras empezadas. Aún así, los colegios abandonados siempre resultan emotivos, y más cuando aún encuentras los coloridos restos de los trabajos de los pequeños.
Enlaces:
La misma visita y más fotos, desde otro punto de vista, en Abandonado a su suerte.
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Abandonalia
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