27.11.09

Las minas abandonadas de Alquife. Parte II.

Cuando acabamos de visitar el recinto volvimos a asomarnos por la entrada principal. Esta vez no había guarda a la vista, pero aún así no quisimos entrar sin más ni más. Puede que el guarda estuviera dentro y tampoco era plan andar enfadando a la gente.

Decidimos echar un vistazo por los alrededores y a lo lejos divisamos a un hombre con un mono de trabajo. Al acercarnos resultó ser un hombre mayor que vivía en una de las casas del poblado. Estuvimos un rato de charla con el y nos contó unas cuantas historias del lugar. Lo más curioso fue su historia de los motivos del cierre de la mina. Según contaba, después de estar en manos extranjeras volvió a ser propiedad española. Sin embargo, y siempre según él, “los jóvenes no querían trabajar”, así que el negocio acabó por irse a pique, a pesar de que, según el, aún quedaba gran cantidad de hierro por ser extraída.

Nos comentó que a aquella hora ya no había vigilante, y que podíamos entrar si queríamos. Nosotros aprovechamos el “permiso” para entrar a echar un ojo.

La zona del poblado costaba de gran cantidad de casitas bajas. La mayor parte de ellas en estado ruinoso. Unas pocas tenían aspecto de haber sido habitadas hasta hace poco, con aspecto de haber sido pintadas y con antenas de televisión. La más chocante era la casa donde el abuelo vivía con su mujer, porque tenía un jardincito cuidado y cantidad de geranios.

Tras ver que las casas no tenían mucho que ver fuimos hacia el centro del poblado, donde estaba la iglesia. También se conservaba en buen estado, supongo que porque estaba cerrada a cal y canto.



Poco más allá encontramos la vía del ferrocarril que se utilizaba tanto para traer suministros como para transportar el mineral hasta la costa de Almería, donde se cargaba en barcos para su transporte hasta los altos hornos. Fijaos en el suelo rojo. Prácticamente todo el metal de ese sitio presentaba el mismo aspecto oxidado.



Mientras nos dirigíamos hacia la zona de de proceso y extracción nos cruzamos con un hombre con aspecto de venir de la Europa del este. Al pasar junto a el le dimos las buenas tardes… Cinco pasos más tarde nos preguntó con acento extranjero que qué hacíamos por allí. Le comentamos que íbamos a hacer fotos y que un hombre mayor nos había dejado entrar. Nos comentó que ese hombre sólo vivía allí y que el sitio ahora era propiedad privada “de su jefe”. De todos modos nos indicó donde estaba “el agujero” y nos dijo que tuviéramos cuidado.

Cerca de allí había una gran explanada flanqueada por un gran monte de tierra, con cintas transportadoras y otra maquinaria clavada en ella como un exoesqueleto. Tierra roja y arbustos amarillentos enmarcando el metal oxidado.



A la luz de la tarde, con el sol empezando a caer, el color que captaban las cámaras era aún más rojizo si cabe. Buena noticia para las fotos, que siempre mejoran con esta luz, pero mala para nuestra prisa, que requería acabar la visita mientras aún quedaba luz.



En la arena aún se podían observar las huellas que los tractores habían dejado en el barro, hoy endurecido. De no ser por alguna brizna de hierba aquí y allá podía haber sido Marte.



En mitad de aquella llanura rojiza llamaba la atención este viejo televisor destrozado. Tan destrozado como fuera de lugar. Verlo allí era como encontrar un geranio en una nevera, con el plus de que tendría que ser una nevera vacía y del tamaño de un campo de futbol.



Poco más allá estaba una cinta transportadora que conducía hasta la zona de maquinaria. Supongo que los camiones operarían por toda la explanada y utilizarían la cinta para ir introduciendo el mineral en las instalaciones. Si os fijáis, el puntito diminuto arriba a la derecha en la explanada, es la tele de la foto anterior.



El otro monstruo que llamaba la atención era esta enorme cinta transportadora móvil sobre raíles. Para que os hagáis una idea, la consola que se puede observar en la plataforma de la izquierda debía tener el tamaño de un piano de pared. Las escalas de metal también sirven para hacerse una idea de lo enorme que era.



Ya más cerca de las instalaciones había varios juegos de cinta transportadora que debían servir para la carga de los trenes. Si os fijáis a la derecha y al fondo se pueden observar las vías del ferrocarril tras bajar un terraplén de unos 4 metros. Por suerte el fluido eléctrico estaba desactivado (y los cables cortados), pero aún así la señal seguía siendo un tanto inquietante.



Tras echar un vistazo nos dirigimos al edificio más grande de las instalaciones. Era una enorme nave llena de cintas transportadoras a varios niveles, conectadas con pasarles de metal. En la parte alta estaba este panel de control con aspecto retro-futurista. Al parecer la instalación era un sistema para separar el hierro de la tierra por medio de enormes electroimanes.



Una vez fuera nos dirigimos otra vez hacia el pueblo. El sol empezaba a estar realmente bajo y nos quedaba poco tiempo de luz. Cerca encontramos unos depósitos, probablemente de combustible.



La suposición se debe a que justo al lado estaba una pequeña gasolinera que debió servir para “dar de comer” a los camiones y otra maquinaria automóvil de la mina.



También encontramos algunos restos de material de los antiguos trabajadores, como estos cascos de obra.



Ya en el poblado encontramos lo que debieron ser los laboratorios. Cajas con sobrecitos de muestras, papeles con informes sobre la pureza del mineral, hornos, tornos, armarios archivadores… Y más cascos.



Esta es la plaza principal del poblado, donde estaban los aparcamientos. La mayor parte del poblado tenía este aspecto. Casas bajas de una sola planta. Cerca de la entrada había algunas de dos plantas, aunque eran las menos.



Respecto al famoso “hoyo” al final resultó que el que vimos no era “el bueno”. Este, sin dejar de ser impresionante, no le llega a la suela del zapato al grande, que a día de hoy se ha convertido en un lago por las filtraciones de agua.



Salimos con las últimas luces de la tarde, con las botas grises teñidas de rojo, el perro blanco de color marrón, las tarjetas de las cámaras llenas de fotos y un regusto metálico en la boca. También con la satisfacción de una buena visita, aunque lamentando no haber tenido más tiempo para ver más edificios y máquinas.

Espero que os haya gustado. El próximo, un cuasi-abandono friki.