31.1.07

¿Esperando al tren?

Si alguien te dice que está "esperando al tren" a uno se le pasa por la cabeza estaciones, maletas y viajeros. Sin embargo, cuando te comentan que "me quedé esperando al tren" la maleta permanece en la imagen, la estación también, pero los viajeros han desaparecido y sólo queda una vía desierta.

Me quedé esperando al tren es un blog joven (poco más de un mes), pero que, como se suele decir, apunta maneras. La temática es muy parecida a la de Abandonalia, sólo que en este caso el ámbito no está ceñido a la península, sino que ya hay interesantes entradas sobre lugares abandonados en Francia o Inglaterra.

Si os gustan los lugares abandonados (si no has caido aquí de casualidad así debería ser), la historia y la fotografía es un blog de recomendada visita, y un firme candidato a hacerse un hueco en la lista de favoritos. Así que visitadlo, pulsad CTRL+D, y a esperar nuevas entradas.

Por si alguien no vio el link ahí arriba, la dirección es: esperandoaltren.blogspot.com

Salu2!

29.1.07

Colaboraciones: Canfranc, la última estación.

Casi ocho horas después de haber abandonado Barcelona-Sants, llego a Canfranc, cansada tras el largo viaje, aunque expectante por ver cómo marchan las obras de la Estación Internacional. He tenido que ir hasta Zaragoza-Delicias, y de allí coger un regional (¡de dos vagones!) que no supera los 70 km/h. A medida que se aleja de la capital aragonesa, el tren recorre montañas cada vez más escarpadas, siguiendo siempre el curso del río Aragón, que destaca, turquesa, sobre el verde pino de los valles. En mi vagón viajan otras tres chicas más jóvenes que yo, y un hombre mayor al que me ha sido imposible verle la cara, pues se refugia tras El Heraldo de Aragón. A ratos un águila nos acompaña, sobrevolando el tren a poca distancia. La vía se hace cada vez más angosta, y de vez en cuando el tren, azotado por las ramas de los árboles que bordean el camino, parece quejarse al tomar una curva o internarse en un túnel.

Canfranc, última estación. Desciendo del tren, atravieso las vías, oxidadas y pobladas de maleza, y observo cómo el último rayo de sol se esconde tras las montañas, en cuyas cimas reluce todavía algo de nieve. A pesar de estar prácticamente en ruinas, la Estación Internacional de Canfranc conserva un aspecto majestuoso. Me quedo allí un rato contemplando el edificio, mientras oigo el rumor inconfundible del agua: es el río Aragón, que corre a pocos metros de donde yo me encuentro. Tuvieron que desviar su curso para poder construir la estación.



Encajonada entre las montañas, la estación se alza, imponente, como surgida de la nada. ¿Por qué construirían una terminal de tan grandes dimensiones en un lugar tan remoto como aquél? Me recuerda a la Gare d’Orsay de París, con su estructura simétrica, sus muros de hormigón, sus vidrieras, su decoración clasicista, su tejado de pizarra y la marquesina metálica que cubre la planta baja. El edificio, de unos doscientos cincuenta metros de longitud, está flanqueado por dos torreones y dividido en tres alturas. El sol se refleja sobre el tejado de la inmensa cúpula central. La puerta principal, sobre la que todavía se conserva intacta una gran vidriera, permanece ahora cerrada. Daba acceso al vestíbulo, que está actualmente en obras.


Recorro el edificio con la mirada, sin prisas, fijándome en los detalles más nimios. En la planta baja se hallaban las dependencias del vestíbulo, el restaurante del Hotel Internacional, los servicios de correos y telégrafos, la aduana española, la francesa, y los servicios médicos. Las puertas de color verde están ahora pintarrajeadas con graffitis, como también lo están las pilastras que aguantan la marquesina metálica que cubre el andén. En la primera planta, antes destinada a las habitaciones del hotel, se abren, según dicen, 365 ventanas, una por cada día del año. Los cristales, cuando los hay, están resquebrajados y los batientes de madera penden de sus goznes, bamboleándose con el viento. Las ventanas de la segunda planta, más pequeñas, daban a las viviendas que servían como alojamiento a las familias de los empleados de la estación. Una cornisa decorada con diversos motivos, que no logro distinguir desde la distancia, separa ambas plantas. En el tejado faltan unas cuantas tejas de pizarra.


No puedo abarcar con el objetivo de mi cámara de fotos la estación entera; para ello necesitaría un gran angular. Me acerco entonces al andén, sorteando las vías invadidas por la maleza y procurando no tropezar con las traviesas movidas de sitio. A mi izquierda, un letrero en el que está escrito CANFRANC en letras blancas sobre fondo azul da la bienvenida a los viajeros. Otro rótulo indica en español y francés dónde estaba la sala de espera y, pocos metros más allá, la oficina del jefe de estación. En la pared cuelga un reloj con las manecillas rotas, interrogando al vacío. A mi derecha una parte del andén ha sido vallado. “No pasar”, leo. A través de las cristaleras de las puertas puedo vislumbrar el interior en obras.



Doy la vuelta al pabellón. El espacio de las vías centrales que separa la estación propiamente dicha de los hangares también está vallada. Los cascotes de las paredes derribadas se apilan en los andenes, junto a dos excavadoras y un camión. Un andamio cubre parte del edificio, pero no hay ni rastro de los obreros. El único ser viviente es un gato que se escabulle entre los escombros nada más verme. Junto a un árbol descansa un desvencijado vagón de tren, maltratado por la lluvia y el viento. Conserva parte de sus paredes de madera pintadas de verde, pero los asientos han desaparecido. La hierba crece entre las ruedas.


A poca distancia están los hangares, donde se conservan varios vagones, unos de madera, otros, más modernos, de estructura metálica. RENFE. COCHES-CAMA, leo en uno de ellos. Me asomo a su interior: está sembrado de vidrios rotos y astillas. Me aventuro por el pasillo, que recorro hasta el final, entrando en algunos de los compartimentos. La humedad ha desconchado las paredes; un espeso manto de polvo cubre los asientos. Me parece percibir un movimiento. No: soy yo, reflejada en el espejo de un lavabo. Desciendo del tren y me dirijo al fondo del hangar, donde una silla con su mesa esperan eternamente a que alguien les devuelva su uso.



Salgo de allí. Más vagones, pintarrajeados y en mucho peor estado que los del hangar: “Laura, te quiero”. “Gora ETA”. “Manu y Silvia, 21/09/1998”. Una “A” anarquista. Intento subir a uno de los vagones, pero el peldaño de madera cede bajo mis pies. Decido entonces recorrer las vías: una, dos, tres... cuento hasta once... sumadas a las que había en el lado español, deben de ser más de veinte en total. Sigo las vías hasta que pierdo la estación de vista. Me interno entonces por el bosque, siguiendo el Paseo de los Melancólicos, desde el que se puede obtener una panorámica del complejo ferroviario. Desemboco en la boca del Túnel del Somport. “PELIGRO”, avisa un cartel. “Trabajos de voladuras. Acceso prohibido a personas no autorizadas”. Saco una foto de la entrada del túnel: se me acabó el carrete. Mientras se rebobina, hago memoria de lo que sé sobre la historia de la estación, que he leído en el magnífico libro de Ramón J.Campo El oro de Canfranc.



La edificación de la Estación Internacional a principios del siglo XX forjó el mito de Canfranc. Está ubicada en el valle de los Arañones (en el Pirineo aragonés), a 1.195 metros sobre el nivel del mar, en un paraje de extraordinaria belleza. Canfranc (del latín “Campus Francus”) nació como pueblo fronterizo en el siglo XI. A finales del siglo XIX, Francia y España idearon la construcción de una línea de ferrocarril que uniera ambos países. Dado que la distancia entre raíles en las vías francesas y españolas no era la misma, fue necesario construir una estación con dos andenes (el francés y el español) para que los viajeros pudieran cambiar de tren. Las obras de cimentación de la Estación Internacional comenzaron en 1910, pero no se acabaron hasta 1925, debido a las numerosas dificultades que se presentaban. La estación, una de las mayores y más audaces obras de ingeniería de la época, fue inaugurada el 18 de julio de 1928 por el presidente de la República Francesa y por el rey español Alfonso XIII, quien, al verla, exclamó: “¡Ya no hay Pirineos!”. El tren representaba el triunfo de la inteligencia y del esfuerzo humanos.


Durante la década de los treinta, la estación conoció una época de esplendor: contaba con una aduana y un hotel internacionales siempre concurridos. Cuando las tropas de Franco ocuparon la zona durante la guerra civil, construyeron un muro para impedir que los republicanos huyeran a Francia. Años después se reabrió el tráfico de mercancías: por allí pasó el wolframio que España exportó a la Alemania nazi, a cambio de opio y del oro expoliado a los judíos, que llegaba a España después de haber sido blanqueado en Suiza. Desde Canfranc, el oro era transportado en camiones suizos hasta Madrid y Lisboa (Portugal, entonces gobernado por Salazar, también tenía un acuerdo con Hitler). Durante el régimen de Vichy, mucha gente cruzó la frontera hispano-francesa por allí, mientras la bandera nazi ondeaba en el andén francés. El administrador jefe de la aduana francesa, Albert Le Lay, estaba al frente de una red de espionaje de la Resistencia. Le Lay montó una línea de evasión hacia España para prisioneros de guerra y pilotos derribados por los nazis. La GESTAPO acabó descubriéndole, por lo que tuvo que huir del pueblo pero, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, volvió a Canfranc.


En 1970, un tren francés descarriló en el puente de L’Estanguet, que quedó totalmente destrozado. La SNCF (la compañía de trenes francesa) nunca reparó el puente y, desde entonces, ningún tren francés ha parado en Canfranc. El Hotel Internacional cerró en 1982 por falta de clientes. La terminal, hoy en ruinas aunque en proceso de restauración, sólo recibe un tren (“el Canfranero”) dos veces al día proveniente de Zaragoza. “El Canfranero”, por otra parte, alcanza una velocidad máxima de 70 km/h, por lo que el recorrido entre Huesca y Canfranc, unos 100 km, toma más de tres horas.


Los vecinos de Canfranc se han manifestado en diversas ocasiones para pedir la reapertura de la línea ferroviaria que unía Francia con España, pero de momento su petición ha sido desoída, incluso cuando se presentó en las Cortes españolas. En el año 2002, el edificio de la estación fue declarado Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Aragón.


La municipalidad de Canfranc-Estación data de 1944, cuando, tras el devastador incendio que destruyó la mayoría de edificaciones de Canfranc-Pueblo (a unos cinco kilómetros valle abajo), los vecinos tuvieron que trasladarse junto a la estación, y construir allí sus casas con el dinero de sus bolsillos, ya que el gobierno de Franco se negó a hacer aportación alguna.


Las dependencias desiertas de la estación, los vagones destartalados abandonados en las vías, la maleza que crece entre las traviesas de tren, etc., hablan de un pasado que los vecinos se empeñan en no olvidar: están las viejas historias sobre los republicanos y sobre el oro nazi, pero también están las historias anónimas que no han pasado a la Historia –con mayúsculas-: la tensa espera de una persona querida, un último abrazo, el feliz encuentro de dos amantes, una amarga despedida...


Canfranc, última estación.


-Alejandra de Leiva- (aledeleiva@yahoo.es)

13.1.07

Arenera abandonada en Sierra Elvira

Lo bueno que tienen las vacaciones es que te dan tiempo para ir a sitios bastante más alejados de lo que suele ser habitual.

Otra vez por pura casualidad me fijé en unas grises estructuras situadas en las laderas de Sierra Elvira más cercanas a la antigua carretera de Córdoba, cerca de Atarfe, en Granada.

Desde lejos el aspecto era tan imponente que dude bastante de que el lugar estuviera abandonado. Pero al acercarme lo suficiente como para ver la gran cantidad de graffiti que "adornaban" sus paredes desaparecieron todas las dudas.


Un primer vistazo me llevó a la conclusión de que el sitio estaba bastante arrasado, hasta el punto de que uno de los muros más alejados de la carretera estaba prácticamente echado abajo. Echando un vistazo pude observar que en el interior había una familia echando un vistazo, incluyendo a una chiquilla de unos 8 ó 9 años, por lo que quedaba claro que entrar era, literalmente, un juego de niños. Sin embargo quedaba poca luz y no llevaba la cámara encima, por lo que postpuse la visita hasta el día siguiente.

El acceso por la parte trasera dan una buena panorámica de la fábrica. Por el aspecto se trata de una antigua planta de proceso de áridos que extraia la mayor parte de su materia prima de la propia ladera junto a la fábrica, o de alguna de las múltiples canteras que abundan en la zona.


En casi toda la instalación se aprecian grandes tolvas y depósitos para el proceso del mineral.
El estado general del sitio es bastante malo. Además de los estragos producidos por el tiempo y el descuido se pueden observar restos de grandes quemas de neumáticos, e incluso un par de coches totalmente desguazados.

La mayoría de las estructuras metálicas han desaparecido y no queda resto alguno de maquinaria de ningún tipo. Hay escombros por doquier y la mayoría de los techos se han desplomado, al igual que la mayoría de los suelos de los pisos superiores. Las zonas de hormigón armado se mantienen razonablemente bien, al igual que los muros y los depósitos y tolvas de cemento, sin embargo todo el metal ha desaparecido o se encuentra en un alarmante estado de oxidación.


Los edificios laterales que debieron contener los almacenes del producto procesado se encuentran en bastante mejor estado. Los accesos a los pisos superiores, por una oxidada escalera metálica de mano, o atravesando varias vigas que son lo que queda del suelo en uno de los pisos, hacen que subir a las alturas sea como mínimo arriesgarse a una buena caida de más de 5 metros por lo que preferí dejar esa zona sin visitar.


En la zona más alejada de la entrada se encuentran varias casas que debieron servir de comedor en el caso de una y de vivienda u oficinas en el caso de la otra. Su interior está totalmente devastado, aunque aún se conservan restos de suelos decorados y algo de parquet. En el piso superior las paredes que separaban las habitaciones han desaparecido y sólo quedan restos en el suelo donde antes dabían estar.



La zona bajo los grandes depósitos está en mejor estado que el edificio principal. En la tolva del primer depósito hay gran cantidad de excrementos de paloma, plumas y cadáveres de estas aves. Probablemente el techo de este depósito haya desaparecido, convirtiéndose en lugar de residencia de estos pájaros, aunque no ve vi con el valor de subirme a una montaña de porquería para comprobar este hecho. Más adelanta se extendía una naves con arcos a un lado que antaño debieron estar abiertos al exterior y que ahora se encuentran tapiados. El techo se ha venido abajo en varios puntos, aunque la mayor parte aún se conserva. En el suelo se aprecian estructuras de cemento que debieron soportar algún tipo de maquinaria.



El lugar resulta bastante inquietante. En algunas partes recuerda algún tipo de castillo futurista, con altísimas paredes de hormigón llenas de aristas.


Por desgracia las zonas interiores se encuentran muy destruidas. Supongo que la maquinaria y cualquier pieza de metal que pudiera ser extraída sin riesgo de que se viniera todo abajo fue desguazada y vendida. Ahora sólo queda una carcasa vacía de cemento.


Como curiosidad, una gran pintada en la zona de entrada indica que el lugar está en venta, y que tiene un total de 90.000 m2. Pro desgracia el teléfono de contacto había sido cubierto por pintura… Me hubiera gustado llamar y preguntar sobre la historia de este lugar.

Localización: 37 13 41.23, -3 42 57.97 . Se puede observar perfectamente desde la antigua carretera de Córdoba, a poco de pasar el acceso a la A-92. En google maps no hay resolución suficiente en la zona para ver el sitio. Para colmo, la imagen está desplazada, como se puede apreciar comparando la posicion de la autopista por la foto respecto al mapa. Sin embargo en Sigpac sí que se puede observar la construcción con claridad. A pesar de que la fotos es antigua (aún en blanco y negro) y se puede observar como los tejados llevan caidos bastante tiempo.


Acceso: El muro que rodea el lugar ha caido en su parte trasera, por lo que se puede entrar sin esfuerzo alguno.

Estado: Ruinoso. Pintarrajeado. Lleno de escombros. Personalmente no me sentía muy tranquilo cuando no tenía cielo abierto sobre la cabeza. Sin embargo desde los patios de alrededor se puede uno hacer una buena idea de cómo era todo aquello sin correr riesgos.

Como es habitual, el resto de fotos que tomé del lugar están disponibles en una galería de favshare.

Salu2!