28.2.12

Avión Antonov abandonado

Como comenté en la entrada anterior, esta vez toca uno de esos post que para un aerotrastornado como yo produce una extraña mezcla entre placer y tristeza. Por un lado es un lujo poder meter las narices y el trípode por todas las interioridades del avión que a uno se le antoje, pero por otro da bastante pena ver lo que puede hacer el tiempo (y los gamberros) en un pájaro tan majestuoso como este.



Nos costó relativamente poco dar con la última morada de esta señorita a la que suelen llamar Annushka, cerca de la carretera y en un aeródromo que sigue en uso civil. Por suerte es lo suficientemente pequeño como para poder meter el coche sin demasiado problema, y aunque vimos gente haciendo cosas en alguno de los hangares no nos dijeron nada, por lo que pudimos fotografiar sin más incidencia que una repentina y por suerte breve tormenta de verano.



En concreto este avión de procedencia polaca fue comprado hace bastantes años y voló durante algún tiempo en los cielos españoles. Parece que un aciago día tuvo una avería del motor en pleno vuelo, con la fortuna de que pudo aterrizar sin mayor problema. Lo malo es que la falta de repuestos y sus elevados precios convirtió su dolencia en una enfermedad terminal.



Este Antonov AN2 fue el biplano de un solo motor de mayor tamaño fabricado en la historia. Estuvo en producción desde 1947 hasta 1991. Lo cierto es que desde lejos parece más pequeño de lo que en realidad es, con 12 metros de largo y 18 de envergadura.

El motor de nueve cilindros en disposición radial desarrollaba una potencia de 1000 CV. El ruido que debía hacer en sus buenos tiempos debía ser de lo más imponente.



Gracias al motor y a su configuración era un artefacto ideal para operar en pistas pequeñas y sin preparación. Con poco más de 200 metros de pista de tierra era capaz de levantar el vuelo y volver a posarse.

Las ruedas podían hincharse y deshincharse por medio de un compresor para poder ajustar la presión a fin de adaptarse a cualquier tipo de pista de aterrizaje, desde las de duro hormigón a las bacheadas de tierra.



Las alas tenían un curioso sistema totalmente automático para el vuelo a baja velocidad. Por medio de gomas elásticas los slats se doblaban para mejorar la sustentación. Una vez alcanzada la velocidad suficiente, la propia fuerza del aire los cerraba. Simple, efectivo y de mínimo mantenimiento.

El resto de sistemas también resultaban sorprendentemente rudimentarios. Simples cables de acero servían para mover todos los planos de alas y cola. Comparado con cualquier avión comercial, plagado de electrónica y servomecanismos hidráulicos, este avión resultaba el equivalente volador de un martillo: simple, efectivo y difícil de romper.



El interior tenía capacidad para doce pasajeros. Los asientos tenían más de banquetas que de cualquier otra cosa. Apenas una plancha metálica con una ligera depresión para plantar las posaderas. Antaño había unos cojines para hacer algo más llevadero el vuelo, pero ahora han desaparecido todos.



Los asientos se podían plegar rápidamente y sin problemas en pleno vuelo, de modo que el bodega de carga quedaba libre en caso de usarlo para lanzar paracaidistas o como transporte de carga.



El puesto de mando era realmente pequeñito. Este tipo de aparatos es el que te hace darte cuenta de porqué uno, con metro noventa pasado, no hubiera acabado piloto por mucho que le hubiera gustado.



La cabina se encontraba bastante deteriorada. Aparte de los restos de heces de paloma por doquier, la mayoría de los mandos estaban bastante destrozados. Gran parte de los paneles y relojes han desaparecido. O mejor dicho, “los han desaparecido”.



Aún resultaba curioso ver los letreros e indicadores en caracteres cirílicos, además de que la velocidad se indicaba en km/h en vez de en nudos, como suele ser habitual.



Algunos detalles llamaban especialmente la atención, como los espejos retrovisores situados en el exterior de la cabina como si de un coche cualquiera se tratase.



O, también recordando a los coches, el parasol plegable a la altura de los ojos. O la cortinilla de tela en parte superior.



Despegar con este bicho debía ser divertido. Para empezar, para moverlo por la pista había que asomar la cabeza por la ventanilla lateral, ya que mientras su rueda trasera seguía en el suelo lo único que se podía ver mirando hacia adelante era el cielo. Hasta que no cogía suficiente velocidad y se enderezaba había que ir a ciegas.



Probablemente, dado el estado de deterioro en que se encuentra, esta vieja Annushka no volverá a surcar los cielos. Esperemos que por lo menos acabe teniendo un destino más honorable que el desguace.

14.2.12

Un monasterio casi olvidado

Esta vez nos encontramos con un abandono realmente antiguo. Tanto, como que su construcción data del siglo XVI, que ya ha llovido desde entonces. La iglesia es algo más reciente , aunque sólo por un escaso centenar de años.

La primera impresión tras entrar fue bastante mala. Las construcciones que rodeaban la iglesia estaban en muy mal estado. Techos caídos, muros derrumbados… Poco o nada interesante que ver o fotografiar.

La parcela que rodeaba a la iglesia tenía aspecto de haber sido un vergel en tiempos mejores. Aún aguantaban las resistentes palmeras y algún ciprés recalcitrante, pero el resto eran malas hierbas y plantas secas. Una inscripción en la alberca advertía aún del peligro de bañarse en ella, aunque ahora parecía bastante fuera de lugar sin una gota de agua.

La entrada al claustro aún conservaba un cierto aire regio. A pesar de que las barandas habían desaparecido casi en su totalidad aún se conservaban los azulejos en varios lugares, y la escalera tenía aspecto de poder aguantar en su sitio varios siglos más. No se podía decir lo mismo de los techos, cuya escayola había caído tiempo atrás, y de algunos pisos, que por suerte alguien había apuntalado.



En la planta superior todavía quedaban restos de las celosías de madera de las ventanas que asomaban al claustro .También se observaba que se había construido un tajado moderno de metal para suplir el original, que tenía aspecto de haberse venido abajo hace tiempo, por la falta de escombros, aunque también es posible que lo limpiaran cuando hicieron la obra. Aquí los suelos de losa de barro habían desaparecido, pero los azulejos en blanco y azul de las paredes seguían en buen estado.



En la planta alta no quedaba prácticamente ningún resto de mobiliario ni otros detalles. Se observaban aquí y allá algunas obras de consolidación del edificio, como puntales de obra y andamiajes que indican que a pesar de su estado el lugar no está totalmente olvidado. Lo que más nos llamó la atención allí fueron los restos de una enorme y antigua chimenea. El “techo” debía de andar por los dos metros de alto.



Rodeando el claustro por la planta superior llegamos a una puerta que comunicaba con la iglesia, concretamente con el coro, que se encontraba en la segunda planta de la iglesia y al que sólo se podía acceder por donde habíamos entrado. De los venerables asientos de madera no quedaba demasiado, aunque sí lo suficiente para identificar el uso del lugar.



Desde ahí arriba había una vista impresionante de la nave de la iglesia. A pesar del deterioro evidente los techos aún tenían muy buen aspecto. El resto… Pues lo que veis en la foto. Bastantes destrozos, por desgracia.



Desde el coro se podía acceder a la torre. De las campanas no quedaba nada, pero si que había restos de sus actuales habitantes. La enorme cantidad de excrementos de paloma hacía que más que una escalera pareciera una rampa.



El pequeño cuarto superior mostraba unas fantásticas vistas sobre toda la parcela del monasterio y los alrededores. De la estructura que debió sostener la campana quedaba poco más que unos cuantos tablones.



Volvimos sobre nuestros pasos y nos dirigimos a la planta baja del claustro. Había varios montones de tierra bajo los arcos. Lo más curioso era la pintura de colores azul y rojo de dichos arcos. Generalmente los claustros que he visto antes no tenían colores tan llamativos.



El jardín del patio central no era especialmente grande, y a pesar de los años de abandono aún conservaba un cierto aire relajante. De la fuente central apenas quedaba la base. Con un poco de esfuerzo uno podía imaginarse aquel lugar como debió ser, lleno de plantas y con el único sonido del viento y el rumor del agua como acompañantes.



Como queríamos dejar la iglesia para el final nos dedicamos a dar algunas vueltas por el exterior de los edificios. Encontramos algunos sótanos sin ventanas a los que se accedía desde fuera, pero habían sido utilizados para guardar los útiles de los trabajadores de las obras de apuntalamiento, y ahora apenas contenían algún guante viejo y otros trastos inútiles. Entre el poco interés y la falta de luz en aquellas estancias decidimos dirigirnos a la iglesia.

La nave principal estaba prácticamente vacía. En las paredes quedaban algunos restos de púlpitos y pinturas, pero poco más. La zona del altar y la sacristía estaban totalmente arrasadas y llenas de escombros. Sólo los restos de estuco aguantaban mínimamente bien. Lo suficiente para dar fe de de una belleza pasada y ya perdida en su mayor parte.



La vista general desde donde estuvo el desaparecido altar era igual de desoladora, aunque servía para hacerse una idea bastante acertada de la disposición del lugar. Arriba se observa el coro que habíamos visitado antes. Por todo el suelo había trozos de madera arrancados de aquí y de allá.



Lo más curioso que encontramos fue una antigua cripta en la nave paralela a la principal. El agujero en el suelo tenía un aspecto poco tranquilizador, pero nada que no se solucionara con las linternas. Al final de la corta escalera se encontraban los restos de la losa de mármol que antaño tapaba la entrada.



Al final de un corto pasillo estaba la cripta, hoy vacía. La falta de luz era prácticamente absoluta, así que hubo que tomar la foto iluminando con la linterna. Una vez más me llamó la atención el color rojo de los arcos que sujetaban el techo de la cripta. Más sorprendente resultaba la cantidad de escombros que había allí. Probablemente los restos humanos se los habrían llevado hace tiempo, pero el destrozo resultaba tan sorprendente como entristecedor. Por cierto, que las escaleras del fondo conectaban con uno de los pequeños cuartos que habíamos visto mientras rodeábamos el edificio. Siempre había pensado que las criptas no necesitarían más que una entrada…



A pesar del calor la visita resultó de lo más interesante desde el punto de vista fotográfico. Probablemente se nos quedara algo que ver en las edificaciones aledañas, pero el estado de las que sí vimos no nos animó a comprobarlas todas.

Nos despedimos del viejo monasterio deseando que los tiempos venideros sean mejores y que las obras que vimos continúen y fortalezcan el viejo edificio. Aunque me temo que con la que está cayendo se queden sólo en deseos.



En un par de semanas toca entrada “aerotrastornada”. Permanezcan atentos.